Poniendo como punto de partida el inicio del universo hace 14 mil millones de años nos narra esa expansión de energía y materia que va formando el espacio y los diferentes cuerpos astrales. Es ahí donde hace 4 mil millones de años nace la Tierra. Un cúmulo de elementos químicos y físicos perfectos para que brotara la vida. Y es aquí donde nos plantea la idea de una programación más allá de la genética, sino una programación molecular por no estar solos. Por hacer un llamado cuántico hacia la compañía. Está escrito en los átomos y esto es lo que refleja el ADN. Los primeros seres unicelulares con una rotunda carencia de género y sexo comenzaron a desarrollar los primeros llamados hacia el prójimo. A través de descargas químicas buscaban semejantes para compartir e incrementar sus posibilidades de vivir. Y lo más importante vivir con felicidad.
Antes de que tuviéramos la capacidad de tener relaciones sexuales o fusionarnos con otros ya estaba claro que el único camino para ser feliz era el amor. Y lo dejamos muy claro cuando renunciamos a la "inmortalidad" que nos brindaba la clonación. El amor y la selección natural en conjunto nos hicieron mejores. Nos hicieron capaces de disfrutarnos y de crecer como especie. Nos hemos enamorado de la belleza de la vida y eso asegura el camino universal.
Desde que somos pequeños y se forma nuestro perfil con esos primeros años fundamentales para el resto de la existencia buscamos ser amados y sobrevivir. El amor está en nuestro cerebro muy constante y recurrente. Y siempre volveremos a esos años de infancia en un nivel inconsciente, pues ahí se forjó nuestra persona. Recordamos de una u otra manera los sentimientos de abandono o cariño que vivimos en cuna. Las personas inseguras o violentas tuvieron un historial de abandonos emocionales y físicos cuantiosos asegura el autor casi como una regla exacta.
Nos enamoramos de la belleza, un hombre se siente atraído hacia una mujer por su simetría física. Por esos detalles que activan en el varón que está ahí la posibilidad de tener hijos más competitivos en el entorno, una mujer fértil e hijos físicamente atractivos que tengan un camino por la vida más fácil. Desarrollar una familia que sobreviva con éxito en este mundo. Claro que hoy han cambiado algunos patrones de selección natural, pero a cierto nivel cerebral nos guiamos exactamente igual que hace 30 mil años.
El recién enamorado es un ser intoxicado de flujos químicos que le hacen perder la noción de su entorno real. Hasta el mismo Darwin redujo su actividad al momento de sentirse bajo los influjos del amor. El amor se regula y vive en el cerebro. Es ahí en pareja donde nos enfrentamos a nosotros mismos. Entramos a un horizonte conjunto, donde chocan dos personas que no se conocen del todo. Y con sus virtudes y defectos tendrán que descubrir si su unión creará un amor infinito o un inminente rechazo. Las etapas de este amor van creando la preparación para una fusión de dos seres que culmina en una familia.
El autor concluye el libro hablando sobre lo opuesto al amor, muchos pensarían que es el odio. Pero no es así. El rechazo es el polo opuesto. Es ahí donde volvemos a revivir miedo, ansiedad y una terrible sensación de abandono. Tal cual como un niño. Volvemos a ese llorar y a ese miedo al entorno. El rechazo de quien amamos es volver a la cuna, es algo similar a la muerte de algún ser querido. Los flujos químicos se van al piso y la depresión puede ser el resultado en muchos casos. Es aquí donde entendemos que nadie nos preparó para el abandono sentimental. Somos seres que irán viviendo sin conocimiento previo. Y el camino puede ser muy doloroso para quienes desde chicos no crearon una solidez emocional.
No comments:
Post a Comment