Era un día de invierno, con uno de esos fríos que te calan los huesos a pesar del suéter grueso (“100% wool“dice la etiqueta). No queda más que tomarse un café caliente con un poquito de leche para que amarre. Me lo bebo en unos cuantos sorbos, no me importa que la lengua se me escalde, en fin llevo prisa para ver al doctor. Y para que te den cita en el IMSS es toda una odisea, no pienso perderla por nada. Pero en este México lleno de tráfico, baches, conductores imprudentes y policías viales de muchísimo criterio será difícil.
Mejor me iré por el metro, más vale apretado pero avanzando. Nunca me había puesto a pensar, pero creo que el metro capitalino es la cede de patentes más impresionantes del Mundo. Mini ventiladores, plumas 1000 usos, rascadores para el punto ciego en la espalda, etc etc. Así como uno reconoce el valor de los valerosos comerciantes que a través del ingenio nos saben vender sus productos llenos de esa calidad ( Importado desde China para Tepito)
Salgo al Centro Médico y la cola en recepción se sale. Caray por qué somos tantos. Si Echeverría hubiera puesto educación sobre control natal. De todos modos este ha sido el México que nos tocó vivir. Dentro de la sala de espera me toca ver un poco de todo. Desde la viejita con la cara triste y pálida que apenas se ve que pueda hablar. El niño que no se calla con nada porque está harto igual que yo. O podemos ver al Sr. Albañil que trae un problema de urgencia en la mano. Nada importa siempre son gente sin corazón en la asistencia social. La enfermera puede ver alguien muriendo que lo manda al último lugar de la cola. Burocracia mexicana a su pleno.
Después de 2 horas de mirar la pared y el sinnúmero de figuras que se pueden generar entre manchas y grietas ha llegado mi turno. “Pásele joven, o le damos su turno al que sigue”. ( con acento entre molesto y cantadito chilango) Paso con el Doctor y le comienzo a decir mis padecimientos. Pecho oprimido, no duermo bien por las noches, fatiga por las mañanas, ausencia de apetito, Estado de humor voluble. El hace su protocolo, me toma la presión, me ve las pupilas, checa el corazón. Se me queda viendo fijamente y me dice. “Sr. Usted tiene un desamor crónico”.
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