Hoy necesitamos hartarnos de algo, desahogar esa impotencia de vivir con nosotros. Ese sentimiento de saber que somos lo que no queremos, pero que no queremos dejar de ser lo que somos. Salimos a las calles confundidos sin saber como cambiar nuestro rumbo. Hoy con la bandera de Ayotzinapa y el crimen cometido en Iguala. Con Peña como el enemigo común que brinda unidad para protestar y exigir su inútil renuncia. Yo simplemente veo en cada mexicano un copartícipe de la situación, en cada municipio hay un Ayotzinapa con actores diferentes. Ha habido una siembra de dolor y sangre impresionante. Y la cosecha apenas comienza.
Hoy en día los grupos de poder empresariales y de comunicación crean opiniones para las masas. Quienes simplemente actúan con base en lo que escuchan en Aristegui, Milenio, Televisa o la Jornada. Cada uno con matices diferentes y un objetivo muy claro: Crear presiones en las cúpulas políticas mexicanas y de esa manera acaparar cotos de poder. Están creando un tipo de conciencia sobre una situación en concreto, pero politizar los eventos no nos llevará a la evolución social que al menos su servidor anhela.
Ayotzinapa, ABC, Atenco y un sinnúmero de sucesos que podemos leer a diario en diversos periódicos no son fruto de este sexenio, ni del Señor Peña quien apenas si puede recordar tres libros medio leídos en su vida (aunque le reprocho una falta de humanidad y sensibilidad enorme para este pueblo tan maltratado) Este problema radica en nosotros, en nuestra indiferencia. En nuestras clases sociales que se desconocen entre sí. En las enormes diferencias entre niños mexicanos basadas en la colonia donde les tocó nacer. En un proyecto de nación truncado año con año por el choque de intereses. En el empresario que no está dispuesto a ceder comodidades a cambio de una comunidad más equitativa. En el burócrata o sindicalista que le gusta vivir del mínimo esfuerzo. Un gobierno ciego que no da los parámetros básicos para el desarrollo integral de una nación con futuro. En la falta de interés por el prójimo. No nos hemos dado cuenta que al final de cuentas vivimos revueltos en este Estado con un territorio increíble llamado México. Un Estado donde la población y el Gobierno se fallaron a sí mismos y hoy simplemente se avientan la culpa unos a otros.
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